El Director Técnico de la selección de Chile Sub 20 hizo mención, luego de un partido del Sudamericano clasificatorio al Mundial de la categoría, a que los jugadores chilenos menores de 20 años bajo su dirección eran niños más que hombres y que debían ser protegidos por los entrenadores.
“Osorio estaba con amarilla y reclamándole al árbitro. Los jugadores son niños, por más que uno crea que son hombres, y uno como entrenador debe protegerlos. Las decisiones se fueron tomando así”.
La frase le costó un sinfín de críticas. En una industria naturalmente competitiva una expresión paternalista de este tipo va en contra de múltiples corrientes que hoy en día han transformado el deporte de alta competencia hacia una vanguardia del alto rendimiento. Jóvenes prodigiosos en el deporte son cada vez más precoces. El número 1 del tenis mundial fue hasta el último abierto de Australia el notable Carlos Alcaraz de solo 19 años de edad.
Sin embargo, aunque a todas luces la frase del entrenador chileno sea un reflejo del retraso que viene mostrando el fútbol chileno en los últimos años, hay algo de fondo que vale la pena mirar como fenómeno social.
Chile, un país con tradición futbolística desde el origen del fútbol sudamericano en paralelo a los países del río de la plata, aunque sin los mismos éxitos deportivos, y con la organización del Mundial en 1962 y el tercer lugar como gran hito deportivo del país, logró solo en el 2015 y 2016 sus primeros títulos con su selección absoluta ganando consecutivamente la Copa América gracias a la denominada generación dorada.
El auge de ese momento único para el deporte chileno se extendió poco más allá cuando en 2017 fue subcampeona de la Copa Confederaciones que ganó Alemania. Después las eliminaciones consecutivas de los mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022 son reflejo de un fútbol que camina varios pasos por debajo de las grandes potencias (Argentina y Brasil) a nivel de clubes y selecciones, sin haber podido consolidar un auge inédito en su historia.
El desarrollo de la competencia local y del fútbol formativo fue golpeado como todo el mundo por la pandemia; sin embargo la actividad muestra un estancamiento que va más allá de la crisis sanitaria que azotó a todo el mundo. Los jugadores llamados a generar el recambio de la exitosa generación que logró los títulos del 2015 y 2016 simplemente no aparecen o no se terminan de desarrollar como el resto de sus pares sudamericanos.
Probablemente hay varios problemas en la formación y en la competencia del fútbol chileno que, hasta ahora, siguen siendo incapaces de levantar la actividad desde lo competitivo. Pero más que buscar o indagar en el complejo sociológico que hay detrás de este fenómeno solo tocaremos un elemento que algo de razón le puede dar al director técnico chileno de la selección sub 20 Patricio Ormazábal. La educación.
La sociedad chilena, en activa crisis política y social ha ido profundizando las últimas décadas un evidente problema con la educación pública del país. Como reflejo de múltiples problemáticas sociales, la falta de calidad en la educación o la fragilidad de la misma, toca al fútbol profesional de manera directa por ser un deporte ligado históricamente a grandes masas populares. El deporte que funciona como espectáculo e industria es a la vez un vehículo simbólico de salida de la pobreza y el subdesarrollo en Latinoamérica.
Entonces, ¿Es tan absurdo que un Director Técnico, que ha convivido durante meses con una generación de chicos menores de 20 años, mencione lo que tal vez sea una característica muy cierta de los jóvenes seleccionados chilenos?
Probablemente es algo difícil de sostener en la industria, donde al menos podríamos decir que es políticamente incorrecto o que es una justificación para tapar problemas o algún déficit del trabajo propio. Sin embargo, el probable arranque de honestidad de Ormazábal no solo refleja un rasgo muy cierto de la juventud chilena, sino que también de los formadores de esos chicos que intentan ser un poco padres a la vez que entrenadores.
Jóvenes de frágil formación cultural y educacional, que no encuentran en sus clubes un reemplazo o complemento fuerte para su desarrollo. Una realidad que contrasta con el caso de los argentinos y uruguayos donde la cultura deportiva o futbolera les aporta mayores herramientas para su desarrollo.
Así es como los jóvenes deportistas se enfrentan al complejo mundo globalizado de las redes sociales, al éxito rápido de transformarse precozmente en figuras públicas y a poco andar, a ser señalados como grandes promesas del fútbol chileno; todo lo anterior puede tener nefastos efectos sobre chicos que simplemente no tienen las herramientas para enfrentar esa realidad. Es probable que, por esto, Ormazábal quiso proteger a su jugador estrella (Darío Osorio), ese que viene siendo señalado por todo un medio como el “gran salvador” de un equipo grande en crisis hace largos 4 años y que probablemente, más allá de su innegable talento, empieza a mostrar las señales de esos chicos que cargan con mochilas más grandes de las que están preparados para cargar.
El peso de un medio estancado en su desarrollo, destemplado en sus análisis y con una bipolaridad muy propia de países exitistas donde el juicio social ha adquirido el peso desmedido de la modernidad globalizada a través de las redes sociales, dibuja un escenario donde los jóvenes futbolistas chilenos están más cerca de extraviar su talento que de consolidar el mismo y transformarse en los sucesores de la generación más ganadora del fútbol chileno.
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